Fidel Castro: el pelotero que nunca existió

Por Rogério Manzano

14 de Julio de 2011

-Este artículo es una versión revisada y actualizada del original que fue publicado por el autor en el portal Cubaencuentro.com en septiembre de 2002.

Muchos cubanos todavía creen que Batista no tuvo la culpa, sino Joe Cambria. Piensan que si el famoso scout beisbolero hubiera hecho más énfasis en la firma del joven Fidel Castro para que vistiera la franela de los Senadores de Washington, ahora la gesta guerrillera de la Sierra Maestra fuera apenas una fábula de fantasía heroica.

Los estadounidenses también han teorizado sobre este asunto. Algunos lo consideran un hecho real, y hasta importante, en el proceso histórico de la Isla. Pero, de acuerdo con Roberto González Echevarría, miembro de la American Academy of Arts and Sciencies, profesor de literatura hispanoamericana y presidente del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Yale, Fidel Castro jamás recibió ninguna oferta de buscadores de talento para jugar en Grandes Ligas.

“Todo eso fue fabricado por periodistas norteamericanos” -afirma González Echevarría en su obra ‘The Pride of Havana’, donde realiza un exhaustivo acercamiento a la epopeya del béisbol en la mayor de las Antillas-. El intelectual cubano defiende su tesis en base al argumento de que, en un país donde la cobertura sobre este deporte era tan amplia antes de 1959, y en una ciudad como La Habana, con media docena de grandes periódicos (más docenas de otros de menor tirada) y ligas organizadas a todos los niveles, no hay una sola fotografía en la que aparezca Fidel Castro vestido de pelotero, y mucho menos información de que haya destacado con equipo alguno.

Es absurdo pensar que, antes de los 15 años, Castro haya podido llamar la atención de un buscador de talento con el cerebro y la experiencia de “Papa Joe”. La razón es única y muy simple. Por esa época, a comienzos de la década del 40, el futuro comandante comunista recién había llegado a La Habana para continuar sus estudios de bachillerato en el Colegio de Belén.

Por su parte, Cambria había aterrizado por primera vez en Cuba en 1934. Desde su arribo a La Habana estuvo muy ligado a luminarias del béisbol cubano como Merito Acosta y Joseíto Rodríguez, quienes le mostraron y abrieron todos los caminos en cuanto circuito amateur o semiprofesional existía en aquel momento.

La lógica indica que cuando Castro vivió su primer amanecer en el vestusto edificio de Belén, ya Cambria llevaba más de un lustro desandando los rincones de La Habana en su negocio de cazar talentos para el béisbol organizado norteamericano.

En su ensayo “Vida y muerte de Fidel”, el escritor, periodista y analista político Carlos Alberto Montaner señala que “es significativo que algunos compañeros de Castro de aquella época -la de la Segunda Guerra Mundial- lo recuerden como un excelente atleta y como un entusiasta partidario de los avances del ejército alemán…”. De hecho, existe una fotografía reproducida en algunos sitios de internet (quizás la única de su etapa de atleta), donde se muestra a un Castro muy joven en pose deportiva, pero no precisamente de béisbol, sino de baloncesto.

De manera que esta ventana de tiempo (1940-1945) fue la más probable, desde el punto de vista histórico, para que Cambria encontrara a Castro entre aquellas célebres competencias colegiales que protagonizaban los alumnos de Belén contra sus rivales de La Salle o Los Maristas, por citar otros dos colegios católicos importantes, entre los tantos privados y públicos que poseía la educación pre-universitaria en aquel tiempo en la Isla.

En cambio, eso nunca sucedió, pues en 1944, Castro, quien ya contaba con 18 años, aparentemente lo menos que le preocupaba era el deporte. Según se afirma, el 14 de diciembre de 1944, el periódico ‘Hoy’, del Partido Socialista Popular (comunista), publicó: “En el reaccionario Colegio de Belén se realizó una ridícula sesión para combatir el proyecto del ilustre senador Marinello, y uno de los discursos estuvo a cargo de un tal Fidel Castro, pichón de jesuíta, y que se mantuvo hablando tonterías, comiendo gofio durante más de una hora”.

El 27 de septiembre de 1945 Fidel Castro solicitó la matrícula como aspirante a los títulos de Doctor en Derecho y Contador Público en la Universidad de La Habana. De ahí en adelante Castro pasó por varias fases, desde la de miembro destacado de las pandillas gangsteriles universitarias hasta la de líder radical estudiantil, pero jamás como jugador de béisbol capaz de llamar la atención de alguien como Joe Cambria.

No obstante, pese a la improbada eventualidad del estrellato beisbolístico de Castro, es innegable que el gobernante nunca ha podido ocultar la enfermiza pasión que siente por el béisbol. El momento exacto en que surgió este desvelo inigualable se pierde en las mañanas en que correteaba por los verdes pastos de la finca del padre, en su Birán natal. Pero, lo que quizás no calculó con suficiente espontaneidad fue que, al paso de los años, convertiría a los creadores de su entretenimiento favorito en sus más mortales enemigos.

Emergió entonces uno de los enigmas más contradictorios que esconde su mítica y megalómana personalidad: sobrellevar en su interior una pesada dualidad de sentimientos, pues, ¿cómo odiar con tanta energía a los Estados Unidos y a la vez amar uno de los más sublimes inventos del imperialismo yanki?

Todavía se recuerdan aquellas jornadas de 1959. Castro dirigía el país desde hacía unos meses y el 24 de julio preparó el que pudiera considerarse su debut oficial en el Stadium del Cerro, vestido de pelotero. Rehusó lucir en esa oportunidad el uniforme del Almendares o el de los Leones del Habana, aún los clubes más populares de la Isla, para enfundarse en el de su propio equipo, Los Barbudos de la Sierra, y competir contra una selección de la Policía Nacional Revolucionaria en un par de innings de exhibición. Hasta se rumoró un encuentro de lanzadores entre Fidel y Camilo Cienfuegos, pero este último evitó enfrentar al líder de la Revolución Cubana con el célebre argumento de que “contra Fidel, ni en la pelota”.

Se sembraba la semilla de lo que luego sería su recurrente “diplomacia beisbolera”. De hecho, antes de que finalizara ese año 59, Castro regresó de nuevo al Stadium del Cerro para mostrarse públicamente en otra escaramuza de bolas y strikes. Esta vez fue durante la Serie Mundial de Ligas Menores, donde la escuadra de casa, los Havana Sugar Kings, disputaron el título en un sangriento final contra los Molineros de Minneapolis.

En coincidencia, fue también una lucha simbólica. Un equipo cubano contra otro norteamericano, casi como dos ejércitos a punto de destruir el planeta, y allí estaba Fidel Castro, ataviado con su tradicional uniforme verde olivo en la cueva de los Azucareros, el rostro analítico y la pose napoleónica para alentar el ultranacionalismo criollo.

Además, lanzó la primera bola en par de ocasiones y todo el tiempo sostuvo una actitud populista en favor de los Cañeros. Cuando se inauguró la Serie, por ejemplo, el precio de la botella de cerveza subió hasta treinta centavos. Al enterarse, Fidel ordenó que se rebajara a 25 en atención a los aficionados.

Pero no fue ésta la única forma en que Castro apoyó a los Cubans. Tiempo atrás, en esa misma campaña y durante su visita a New York, recibió a Bobby Maduro, dueño del conjunto antillano, en el hotel donde se encontraba hospedado. Luego de aquella entrevista los Sugar Kings recibieron del Gobierno subsidios que ascendieron a más de 70.000 pesos, de acuerdo con la revista Bohemia.

Paradójicamente, estos acontecimientos no pasaron de ser más que simples rituales teórico-filosóficos; a poco, la tortilla beisbolera cubana sufrió la más sensacional voltereta de toda su historia. Castro, que había comenzado sus reformas políticas con sorpresivas intervenciones a las empresas capitalistas, terminó también por nacionalizar el juego americano.

El 14 de enero de 1962 se inauguraba la Primera Serie Nacional de Béisbol Aficionado en el también nacionalizado Stadium del Cerro. Eufórico y más dueño de la situación que nunca, Fidel tomó un bate y logró centrar cámaras y micrófonos sobre su persona en la ceremonia inaugural. Pero lo más interesante del suceso no fue el par de hits que bateó, sino el lanzamiento a la opinión pública de su plataforma beisbolera, signada sobre una demagógica hipótesis y respaldada por una intrínseca declaración del carácter socialista del deporte cubano.

“Como la tierra, la pelota ha vuelto al pueblo -publicaba Bohemia sus palabras de ese día-. Porque la pelota no es creación yanki. Los primeros habitantes de Cuba la jugaban con el nombre de Batos. También la tierra era de los aborígenes, y vinieron los conquistadores y se la quitaron. Luego vinieron los yankis y se la quitaron a los españoles. Y la tierra volvió al pueblo con la Revolución. Ahora también ha vuelto al pueblo”.

Y agregaba: “Este es un triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava. Nuestros atletas han dejado de ser mercancía para convertirse en jugadores, símbolos de nuestro deporte y netamente aficionados, defendiendo los colores regionales y provinciales a través de los torneos convocados por el INDER, culminando en este campeonato con atletas salidos de todos los rincones de nuestra patria. Ahora sí es nacional”.

“Algún día —finalizaba—, cuando los yankis se decidan a coexistir con nuestra patria, que tendrán que hacerlo indudablemente, también los venceremos en béisbol, y entonces podrá comprobarse la superioridad del deporte revolucionario sobre el deporte explotado”.

Luego de este alegato, el béisbol cubano se sumergió en un extenso y complejo proceso de transformaciones estructurales que no ha cesado hasta el presente. Convertido en un arma política desde entonces, la pelota en Cuba ha sufrido un intenso deterioro por esta razón, al punto de fenecer en el estancamiento, la inoperancia y el fracaso, del mismo modo que el sistema político instaurado por Fidel Castro en 1959.

Hoy en Cuba, después de 50 años del supuesto “triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava”, todavía ningún pelotero puede firmar o jugar para un equipo profesional, a menos que el Gobierno decida lo contrario; quien no acate esta disposición queda automáticamente expulsado del deporte nacional y se le considera un traidor a la patria. Los beisbolistas de la mayor de las Antillas reciben un modesto salario y el INDER les expide una licencia deportiva para que se mantengan casi todo el año en competencias locales, provinciales o internacionales. A los miembros de la selección olímpica se les entrega un pequeño por ciento de su sueldo en dólares, y a menudo se les otorgan ciertas prebendas materiales, como autos o casas.

Para Fidel Castro esta inversión fue tan importante como la hecha en sus ejércitos de aire, mar y tierra, con la diferencia de que con este cuarto elemento sí se pudo enfrentar a los yankis… y derrotarlos. En 1999, los Orioles de Baltimore se convirtieron en el primer equipo de Grandes Ligas en visitar La Habana después de cuatro décadas de embargo comercial. A puerta cerrada, él presenció y dirigió personalmente todo el entrenamiento previo al choque en el Estadio Latinoamericano. Aunque los criollos cayeron en el primer partido en la capital habanera, se desquitaron con una soberana paliza en Baltimore. A su regreso a casa, Fidel los recibió como si fueran los héroes de la Tercera Guerra Mundial.

Y es que cuando hablaba de béisbol, Castro era capaz de desbordar y mezclar todo el cúmulo de obsesiones incumplidas que sentía por su deporte, y por la política. Por ejemplo, ante la derrota sufrida por Cuba frente a la selección norteamericana durante la discusión de la medalla de oro en Sydney 2000, se olvidó del convencionalismo oficialista de sus discursos y dejó escapar en catarsis total sus más profundas y frustradas pasiones:

“Volveremos y nos encontraremos con los profesionales -expresaba semanas después de la catástrofe en el Palacio de las Convenciones de La Habana-. Ojalá un día lleven el Dream Team, el team de sueño, qué se yo.  (…), y será un honor más grande cuando hagan un Dream Team; que traigan el Dream Team con los jonroneros y todo lo mejor de las Grandes Ligas, que lo lleven a dondequiera, y ya veremos”.

No obstante, la única ocasión real que tiene el equipo nacional cubano de enfrentarse a una verdadera selección de estrellas de las Grandes Ligas norteamericanas es durante el Clásico Mundial de Béisbol. Pero hasta la fecha eso aún no ha ocurrido, a pesar de haberse celebrado ya dos versiones del evento. Aunque un choque así pudiera suceder en un futuro cercano como el 2013 o el 2017, nadie asegura que Castro pueda sobrevivir hasta allá para presenciarlo.

De acuerdo con la opinión de Roberto González Echevarría, en Fidel Castro se revela una conducta que no ha sido diferente a la de otros autócratas. “Los dictadores del siglo XX -señala el académico- siempre utilizaron el deporte para sus fines políticos. Si recordamos, por ejemplo, a Hitler, trató de hacer prevalecer la supremacía de la raza aria en las Olimpiadas de 1936. En Cuba eso se refleja a partir de las Series Mundiales Amateurs de la década del 40, durante la presidencia de Batista, quien promovió, apoyó y controló todo el movimiento generado alrededor del béisbol en esa época”.

“Realmente -concluye González Echevarría-, lo que existe con Fidel Castro no es más que una continuidad de ese proceso. Él creció en un momento en que la pelota cubana tuvo un enorme auge. Eran los años 30, y comenzaban las transmisiones radiales desde el estadio La Tropical, donde se desarrolló un movimiento amateur inclusive superior al profesional. De manera que esa relación directa entre dictadura y nacionalismo es la vertiente facistoide, exacerbada, en el caso particular de Fidel, a través del deporte y la pelota”.

2 Responses to Fidel Castro: el pelotero que nunca existió

  1. Un realidad todo lo expuesto. Gracias por ese aporte al deporte cubano de todas las epocas

  2. […] que Fidel fazia do esporte. “Assim como a terra, a pelota voltou para o povo”, disse Fidel em 1962, ao inaugurar a Série Nacional de Beisebol. “A bola não é criação ianque, os primeiros […]

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