Por Rogério Manzano
17 de Mayo de 2012
Una vez escuché a un afamado entrenador decir lo siguiente: “a un pelotero profesional hay que decirle las cosas una vez para que las repita cien veces, a un pelotero cubano hay que repetirle cien veces las cosas para que las haga una”.
El entrenador se llama Miguel Valdés de Armas, uno de los técnicos más reconocidos después de 1962, y quien por más de 30 años estuvo vinculado a las Series Nacionales y al equipo Cuba hasta que escapó en el 2002 durante un viaje a México.
Las palabras le salieron así, frescas, irreverentes, durante una charla íntima frente a un pequeño grupo de personas en un recinto del Museo del Deporte Cubano que estaba ubicado en la sala Ramón Fonts, en La Habana. Eran los años finales de la década del 80 del siglo pasado y Valdés trataba de explicarle a su audiencia las diferencias entre el béisbol cubano y el béisbol profesional.
Han pasado más de 20 años desde entonces, pero aquella frase me viene a la mente cada vez que alguien trata de hurgar en las grietas de lo que, hoy, ya se asume como la gran crisis del pasatiempo de las bolas y los strikes en Cuba.
Aunque el cliché de “profesionales mal pagados” es a menudo acuñado para redefinir el descarado estatus amateur de los beisbolistas en Cuba, realmente hay que navegar mar adentro para entender por qué se ha atrofiado la ética laboral del deporte Base en un país donde nada es lo que parece que es.
Recuerdo un incidente ocurrido durante el Clásico Mundial del 2009, cuando el receptor Ariel Pestano montó un conato de bronca con su propio lanzador, Yulieski González, por una acción durante el partido frente a Japón y donde el villaclareño mostró sus más fértiles emociones solariegas, pero nunca su integridad profesional.
Los jugadores profesionales no lo son únicamente porque ganan millones de dólares. Son, y deben ser profesionales, porque muestren capacidad, autorregulación y responsabilidad, desde la ejecución en una jugada en el terreno, hasta la articulación de una respuesta adecuada para el periodista más insolente.
Empero, tampoco hay que obsesionarse con los extremos. En las Grandes Ligas los atletas no son infalibles y a veces ocurren cosas, pero ni la norma, ni la perspectiva, ni las consecuencias de esos hechos son para nada comparables con el derrotero tan sui géneris que lleva el béisbol cubano desde hace años.
Menos aún se trata de desacreditar el talento y la seriedad de todos los peloteros que han vestido uniforme después de 1962, sería absurdo. Han existido muchos con la actitud y el respeto necesario hacia la disciplina, e incluso los que han entrando al béisbol organizado estadounidense se han visto obligados a transformarse en verdaderos profesionales, so pena de ser aplastados por el competitivo mundo de las Ligas Mayores. Ejemplos de sobrevivientes y no sobrevivientes abundan desde que René Arocha lanzó el primer grito de rebeldía de los mal llamados “desertores” en 1991.
Naturalmente, ya forman parte de la mitología beisbolera nacional esas historias de célebres jugadores que, según cuentan, se paraban en la caja de bateo a despedazar pelotas tras los efectos de una vívida jornada de copas. Pero este aspecto folclórico del asunto, inseparable por cierto de la indiosincracia criolla, no es al que me quisiera referir, sino al lenguaje de la ejecutoria sobre el diamante.
Por estos días se desarrolla la postemporada cubana, y cualquiera puede engañarse, o quedar entusiasmado, con el delirio con que se enfrentan los hombres en el campo de juego. En cambio, lo que vemos sólo son impresiones anímicas que han sido exhacerbadas de forma coyuntural, pero que, en esencia, falsean las verdaderas carencias de una propuesta deportiva que, en las últimas décadas, ha sido degradada al límite por las circunstancias políticas, la situación económica, la apatía nacional, el sin futuro insular…
En estos playoff, donde presumiblemente están los mejores equipos de Cuba, se puede apreciar con frecuencia la pobre ejecución atlética de los peloteros isleños, desde el fallo en jugadas básicas, hasta comportamientos inaceptables por un jugador en cualquier béisbol organizado. He visto corredores que no saben cuando correr, jardineros que no tienen idea de a dónde tirar, pitchers que no pueden pensar y a otros ponerse a discutir con sus propios compañeros de equipo… toda una retahila de deficiencias del ABC beisbolero que pueden ser tolerables para un campeonato colegial, pero jamás para una liga de máximo nivel.
La pelota cubana, como institución, como espectáculo, carece de absoluta profesionalidad, pues si su Comisionado no es capaz ni siquiera de dar la cara para explicar, o informar, públicamente las decisiones más elementales, qué se puede esperar del entrenador que tiene que sufrir la falta de transporte diario para llegar a tiempo a su trabajo.
En 1961 la utopía revolucionaria desarticuló el verdadero baseball profesional cubano, porque el gran líder de la Sierra Maestra sentenció que aquel era un béisbol esclavo que también debía tener un carácter socialista. Hoy estamos cosechando los frutos de tal alucinación. No es que Fidel Castro tenga que pagar las culpas hasta por las dos pulgadas de arcilla que le agregaron a la lomita de lanzar esta temporada, es que ninguna de sus malditas quimeras han tenido un final feliz.
¿Podremos los cubanos algún día disfrutar de una mejor pelota de la que tenemos ahora? Probablemente, cuando se deje de confundir pasión con profesionalidad, pero sobre todo, cuando Cuba y su béisbol vuelvan a vivir en la casa del mundo real.
soy cubano y vivo en usa tu articulo no refleja la verdad de las ligas profesionales del caribe donde la calidad es de mala a mediocre creo que la liga cubana tiene sus defecto pero en deseos de jugar y darlo todo no creo que haya liga en el mundo que se le paresca las indisiplina y boracheras en las ligas invernales estan a la orden del dia solo existe un verdadero beisbol profecional las mlb
creo q no es bien asi,los profesionales tbn cometen errores assi como los peloteros cubanos,no se puede generalizar